A los más viejos del lugar a lo mejor les suena el nombre del título, incluso el protagonista fue portada del número 622 (1997) de la revista Gigantes del Basket. Hablamos de Leandro Bredariol (1980), un brasileño de 218 centímetros que fichaba el Real Madrid en 1997.
Pero antes de todo, pongámonos en contexto. El Barcelona venía de reclutar a Roberto Dueñas del Fuenlabrada (meses antes un técnico del club fuenlabreño le había fichado en una parada de autobús de la localidad madrileña). La aparición de Dueñas, techo del baloncesto español durante muchos años, al que el Barça pulió de forma rápida haciendo de él un factor diferencial, llevó al Real Madrid a buscar durante años el anti-Dueñas. De tal forma, la cantera blanca, que no tenía el actual funcionamiento que impulsó Alberto Angulo, entre otros, y que ahora da tantos frutos con talentos nacionales e internacionales en todos sus equipos de formación, encontró al poste brasileño.
La llegada de Leandro Bredariol era una apuesta a largo plazo que finalmente no cuajó, pasando sin pena ni gloria por el filial blanco. Natural de Itatiba, a 80 kilómetros de São Paulo, Bredariol era un joven brasileño que se dedicaba a trabajar de “correo” entre empresas de su ciudad, sin tener contacto ninguno con la bola naranja. Entre las calles de su ciudad, el empresario español Luis Martín le descubrió, sabedor de su existencia porque una amiga de su mujer tenía un primo muy alto y constatando que aquellos 215 centímetros de los hablaban en aquel momento no eran una exageración popular. Entre el padre de Leandro, Vanderlei Bredariol, y el propio Luis Martín consiguieron convencer al chico para probar en el baloncesto. Así, en 1997 iniciaba sus primeros entrenamientos serios mientras que Martín, con varios atletas brasileños en su agenda, inició los contactos con el Real Madrid, yendo un entrenador de la entidad madridista hasta Brasil para verle, quedando prendado de su altura, pero con la duda de sus inexistentes fundamentos baloncestísticos.
Gigantes del Basket, de la mano de Nacho Doria, nos ponía sobre la pista en España en octubre de 1997, cuando se producía su llegada a la capital madrileña. Tirso Lorente, segundo entrenador del Madrid en aquel momento, le recibía en Barajas con una idea clara: aún no se le podía considerar jugador de baloncesto y había que tener mucha paciencia, siendo un proyecto a medio-largo plazo. En estas pruebas se observaba una buena muñeca, pero lo que más le costaba era hacer un mate. Lo que dejaba evidente el arduo trabajo físico que tenía por delante, ya que tocaba un punto más alto con los pies en el suelo que saltando.
El entrenador del Júnior, Carlos Saiz de Aja, hablaba de él como un proyecto a largo plazo. “Si consiguiéramos que esta temporada fuese útil de verdad en el Júnior, habríamos recorrido medio camino, y en 3 o 4 años podría actuar en la ACB con garantías”, señalaba. Su primer viaje fuera de Brasil, con su primer viaje en avión, le hacía mirar con su humildad y timidez, pero viviendo cada experiencia de la prueba donde incluso conocía a uno de sus ídolos del fútbol como era su compatriota Roberto Carlos, legendario lateral izquierdo del Real Madrid.
Con pasaporte italiano ya en mano (por su abuela) y sin haber firmado nunca una ficha federativa, sus 218 centímetros y sus buenos datos en los estudios médicos, de fisonomía y estructura hacían que el Real Madrid le firmara un contrato de cinco años, volviendo a su Brasil natal para terminar sus estudios antes de incorporarse al cuadro blanco finalmente en el inicio de 1998. Ya en España, a nivel personal se adaptó rápidamente, sin problemas con el idioma; en la pista era otro cantar, como relataba a Folha de São Paulo. El citado medio volvía a hacer hincapié en su timidez, contestando a la entrevista con muchos monosílabos, y afirmaba que compartía apartamento con otros dos compañeros de equipo y que recibía, además de no correr con los gastos de alojamiento, manutención y estudios, un salario cercano a los 3.000 dólares al mes.
Finalmente su paso por las Competiciones FEB fue de puntillas, y eso que jugó varias ligas de verano con los blancos e incluso fue invitado al Nike Eurocamp de 1998 (junto a Pau Gasol y Navarro, por ejemplo). Sus datos en EBA no mienten. En la 99/00, su segunda temporada en España, disputó con el filial 26 partidos (12 mi, 1.0 pt, 1.8 re, 0.7 ta), menguando sus medias la siguiente campaña (00/01), su última en España (16 partidos y apenas 4 minutos de media en pista). “Falto de coordinación, poco amante al trabajo y con poco o nulo afán de superación”, decían en Solobasket, que daba cuenta de su fracaso. Recogía la histórica web que había tenido tiempo también de participar como secundario en la película española El corazón del guerrero, del director Daniel Monzón.
Una vez que abandonó el Real Madrid, sin ser capaz de jugar al baloncesto, ni ser el anti-Dueñas, el jugador de baloncesto más alto de Brasil en su momento dejó dicho deporte aparcado, siendo una historia más del mismo.