Todo sucedió en un instante. Lo supe al momento. Un mal movimiento, un mal apoyo y, a pesar de no haber tenido jamás una lesión de gravedad, lo sentí. Mi rodilla izquierda cedió y, con ella, se paró el mundo. O, al menos, mi mundo.
El dolor no fue inmediato, pero la sensación de que algo no iba bien llegó incluso antes de que la médica saltara a la cancha a ver que había sucedido. Las primeras palabras que salieron de mi boca fueron “me lo he roto, me lo he roto”, repetido en bucle como un radiocasete atascado incapaz de pronunciar nada más. No me podía creer que aquello que siempre teme un deportista me estuviera pasando a mí. Me sacaron de la pista, me sentaron detrás del banquillo y entré en shock. La sensación de lo que había pasado no se iba de mi cabeza y, a pesar de que quedaban unos pocos minutos de partido, no era capaz de levantar la mirada del suelo. Se podía ver el infinito en mis ojos.
Los siguientes días fueron duros. Tras la resonancia, escuché al doctor confirmar lo que ya sabía: rotura de ligamento cruzado anterior de la rodilla izquierda. “Al menos los meniscos están bien” me dijo; dentro de lo malo, no era lo peor. Una vez asumido el diagnostico, el siguiente paso era la operación. Entré en quirófano con muchos nervios y ese miedo inherente a una cirugía de ese calibre. A pesar de ello, la operación fue un éxito, pero no por ello menos intimidante. Nunca olvidaré lo que sentí esos primeros días: dolor, malestar, incomodidad y esa horrible sensación de incertidumbre, de no saber qué esperar.
A los dos días, me dieron el alta y me pude ir a casa. Una vez sentado en el sofá del salón, con mucho tiempo para pensar, entré en un periodo de aceptación y tomé consciencia de lo que había pasado. Fue todo tan rápido que hasta ahora no me lo terminaba de creer, una parte de mí pensaba que podía levantarse e ir a entrenar esa misma tarde como había hecho todos los días de los últimos 11 años. Hacía tan solo una semana estaba feliz en una cancha de baloncesto haciendo lo que me apasiona, ¿por qué no iba a poder seguir haciéndolo? Sin embargo, nada distaba más de la realidad; no era capaz ni de levantarme del sofá por mi propia cuenta.
Poco a poco fui aceptando la realidad y dándome cuenta de que, sin haberlo decidido, me había embarcado en el mayor reto al que me he enfrentado en mi carrera profesional. Sin que nadie me preguntara, estaba en el inicio de una maratón que me llevaría muchos meses de trabajo, esfuerzo y sacrificio. Entré en un pozo de oscuridad, con una sensación de impotencia que pocas veces he sentido en mi vida.
Las primeras noches me costó muchísimo dormir, la imagen del personal sanitario del Wizink Center sacándome en camilla del pabellón no se iba de mi cabeza. Fue en esas noches de insomnio cuando empecé a recabar información y a darme cuenta de que son muchos los casos de deportistas que se rompen el cruzado y vuelven incluso mejor de lo que estaban. Pasé horas viendo documentales y procesos de recuperación de grandes figuras del deporte que, tras las lesiones, volvían a tocar la gloria. Eso, y la ayuda de mi familia y de mi entorno, me dieron un rayito de luz para empezar a salir de ese pozo de oscuridad e introdujo en mi cabeza la imagen de volver a alcanzar la gloria, de volver mejor que antes, de volver a ser yo.
Por suerte, si algo me ha caracterizado siempre, es precisamente el trabajo, esfuerzo y sacrificio que he realizado para ir alcanzando mis metas. Lo único que cambia ahora es el objetivo. Busqué los mejores profesionales que encontré e inicié el proceso de recuperación para lograr el objetivo que estaba ya enraizado dentro de mí.
Las sesiones de fisioterapia se convirtieron en parte de mi rutina diaria. Cada día era una nueva batalla con ejercicios específicos para conseguir una buena movilidad e ir, poco a poco, fortaleciendo los músculos que rodean a la rodilla. En esta primera etapa tienes muchos altibajos porque cuesta ver resultados y sientes que avanzas muy poco, pero sabía que cada ejercicio que hiciera, por muy pequeño que fuera, era un pasito más para volver a jugar al baloncesto.
Los avances eran lentos pero constantes. A los dos meses conseguí deshacerme de las muletas, lo que me dio un empuje muy grande. Ya era capaz de valerme completamente por mí mismo. Cualquier pequeño gesto cotidiano como subir escaleras con normalidad o conducir producían en mí una enorme felicidad.
Comencé así una etapa en la que casi dedicaba más horas a la recuperación de lo que le dedicaba al baloncesto cuando estaba sano: ejercicios de movilidad, trabajo de fuerza en el gimnasio, bici estática, 5000-7000 pasos al día, ejercicios en piscina, cardio, fisio, trabajo neurocognitivo, de sensibilidad… Para los curiosos, tengo algún video en mi perfil de redes sociales donde enseño todo lo que hacía en un día en esta fase.
Poco a poco he estado ganando fuerza en la pierna lesionada y ahora, con ayuda de un preparador físico, sigo haciendo ejercicios cada vez más complejos, ganando la estabilidad y fuerza. También, con ayuda de James, mi tecnificador de confianza, analizo videos tanto míos como de otros jugadores para ganar conocimiento de juego y poco a poco, ir metiendo los trabajos en pista que me marque la recuperación.
A pesar de los momentos de duda, sé que este proceso me está haciendo más fuerte, no solo físicamente, sino mental y emocionalmente. Me ha servido para detenerme, coger perspectiva y tener claro qué es lo que quiero hacer.
Hoy, tras varios meses de recuperación, sigo avanzando en la dirección adecuada. El camino es largo y duro, pero el objetivo es claro. Este es solo un capitulo más en mi historia que, con el tiempo, sabré valorar. Lo único que tengo claro es que voy a volver más fuerte, voy a volver mejor, voy a volver a ser yo.
Un día más es un día menos.